LA SANTA MISA
Cada celebración de
la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado.
Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la
victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A
través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de
la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal.
Y en su
paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos
arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace
Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva
adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en
nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo —dice san
Pablo— y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo
en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por
mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo. (Papa Francisco. Audiencia General 22 de noviembre de 2017).La
comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar».
Celebra y festeja cada
pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización
gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de
extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la
belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad
evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.( Papa Francisco.
Evangelii Gaudium 24).